En la sociedad actual en el Estado español domina el modo de producción capitalista, lo cual supone que, en su seno, existen dos clases antagónicas que se reproducen a medida que tiene lugar el proceso productivo mismo. Por un lado, la burguesía, la clase capitalista, dueña de los medios de producción; y, por otro, el proletariado, la clase obrera, desposeída de dichos medios y obligada a trabajar a cambio de un salario para subsistir. Dentro de cada una de estas clases existen toda una serie de fracciones relacionadas con el lugar que ocupan globalmente en el conjunto del proceso productivo: existen una burguesía y una clase obrera industriales, comerciales, de la distribución…
Sin embargo, la producción capitalista, en su fase imperialista actual, se desarrolla en una escala global. Los procesos productivos, entendidos como todos los cambios que tienen lugar para transformar una serie de materias primas en mercancías y finalmente venderlas, tienen lugar a lo largo y ancho del globo. El desarrollo desigual de los capitales, que conduce a que exista una creciente diferenciación entre estos, determina que los grandes centros imperialistas establezcan una División Internacional del Trabajo (DIT) que asigna a cada parte del mundo una serie de funciones preferentes en los procesos productivos.
La entrada en la UE supuso el impulso a un proceso de desindustrialización que conduciría a que España se situase como una economía volcada hacia los servicios y escorada hacia los sectores improductivos
Nuestro Estado no es ajeno a esa DIT, y su inserción en la misma ha ido variando a lo largo del tiempo en función de las necesidades del polo imperialista en el que España se inserta, esto es, según las necesidades de la Unión Europea. Así, la entrada misma en la UE supuso el impulso a un proceso de desindustrialización que conduciría a que España ocupase en la DIT el lugar que hoy le corresponde, como una economía volcada hacia los servicios y claramente escorada hacia los sectores improductivos- esto es, los que no añaden valor a las mercancías.
Que hablemos del problema de la terciarización de la economía no es banal. Al contrario, en esta situación está el origen del principal problema que observamos al analizar históricamente el Movimiento Obrero Sindical en nuestro Estado: la creciente desorganización, desmovilización y fragmentación de nuestra clase. Frente a una especie de pasado mítico salpicado de relatos sobre huelgas generales, masivas acciones obreras y grandes plantillas industriales movilizadas y conscientes, lo que observamos a nuestro alrededor es una concepción de los sindicatos como elementos de conciliación ajenos al día a día de nuestra clase.
El rostro más reconocible del sindicalismo en la actualidad es el del pactismo y la paz social. Los sindicatos son, para gran parte de nuestra clase, poco más que sus máximos representantes, cuando salen en los medios; o el contacto gris al que se dirigen cuando tienen dudas sobre sus condiciones de trabajo para que les tranquilice. Oímos con frecuencia que se están consiguiendo grandes avances sociales: subidas del SMI que casi llegan a reponer el poder de compra perdido, o tal vez puede que trabajar si acaso media hora menos al día un año de estos; pero esos aparentes avances no están exentos de contrapartidas.
La amenaza de retrasar la edad de jubilación vuelve cada pocos años, como lo hacen los debates acerca de las pensiones o las prestaciones sociales que pagan los empresarios, o, peor aún, las amenazas de despidos masivos, reducciones salariales o pérdidas de derechos para sostener la ganancia de los capitalistas, y ante las que muchas veces los sindicatos se pliegan. Pero la peor de las contrapartidas es la de la desmovilización. Las “conquistas” que tratan de vendernos al hablar de pacto social se pagan al precio, que las centrales sindicales pagan gustosas, de no movilizar- e incluso de desmovilizar- a la clase obrera, de renunciar a luchar por mayores avances; de renunciar a favorecer una mayor conciencia sobre la lucha de clases y las posibilidades y potencialidades de la organización.
Se ha ido generalizando un modelo de sindicato de servicios, centrado en la asesoría legal y la negociación individual, que ve en sus afiliados a clientes y no a compañeros
La terciarización de nuestra economía ha diezmado los grandes centros de trabajo, particularmente los fabriles, en nuestro país. En estos era común el desarrollo de grandes secciones sindicales activas y movilizadas, conscientes de su potencial de lucha y capaces de satisfacer sus reclamaciones. Frente a esto, se ha ido generalizando un modelo de sindicato de servicios, centrado en la asesoría legal y la negociación individual, que ve en sus afiliados a clientes y no a compañeros. Si el modelo mismo de las empresas del sector terciario ya favorecía la fragmentación de las plantillas, este modelo de sindicato apuntala una perspectiva individualista de las relaciones laborales que desincentiva la movilización y la lucha colectiva.
Sin embargo, en todos los ámbitos en que tiene lugar el trabajo asalariado existen capas de trabajadoras precarizadas que cobran conciencia de sus condiciones y del origen de estas. Esta primera toma de conciencia permite asimismo reconocer al resto de compañeras que se encuentran en condiciones similares en su mismo entorno y son la base de una solidaridad que se generaliza crecientemente. La unidad de las condiciones precarias es una señal más del carácter universal de la clase obrera como clase de los desposeídos y conduce a pensar en el carácter colectivo de la lucha que se debe emprender.
Cuando las comunistas hablamos de unidad de clase, hablamos de reconocer que, como obreras, todas nos encontramos sometidas a la explotación capitalista, y que, tome esta la forma que tome, en esencia tiene un único origen en la lucha de clases. Por eso mismo, es en la lucha donde tiene su fin; y, en tanto que es, en esencia, una lucha contra la misma opresión, todas las manifestaciones de esa lucha son susceptibles de avanzar hacia la unidad.
Crear el Estado de los productores exige contar con el conjunto de la clase de los desposeídos en la lucha, y dejar de buscar solo en las plantillas industriales su germen
Hoy, es entre todas las obreras que van cobrando conciencia de esa opresión donde se nutren las filas de la organización comunista. Es en las luchas que esta fracción de nuestra clase emprende, también en los centros de trabajo, donde brota la pregunta acerca de la unidad de las luchas y la unidad de clase que subyace a esta. La economía terciarizada de nuestro Estado nos exige partir desde la composición de su clase obrera para pensar en el futuro socialista. Crear el Estado de los productores exige contar con el conjunto de la clase de los desposeídos en la lucha, y dejar de buscar solo en aquellas plantillas industriales de mítico pasado de lucha el germen del nuevo Estado- sin olvidar que tampoco de ellas podemos prescindir.
En la autoorganización de nuestra clase está la base para construir progresivamente esa unidad, y para pensar desde ella la estrategia que llevará al proletariado al poder.
¡Frente al capital, Unidad de Clase!