¡PROLETARIOS DE TODOS LOS PAÍSES, UNÍOS!

Cartel de la campaña internacionalista a favor de Palestina de la UJCE

Como organización comunista, la UJCE parte en sus posicionamientos políticos de la defensa del internacionalismo proletario como principio fundamental de la lucha revolucionaria. Ahora bien, no se puede dar por sentada la definición de este principio ni plantear su defensa en abstracto. En su lugar, debemos definir adecuadamente qué significa la lucha internacionalista y cómo se aplica a las condiciones concretas en que operan las jóvenes comunistas en el Estado español.

En la época histórica en que nos ha tocado vivir, el modo de producción hegemónico en todo el globo es el capitalismo. Nos encontramos, pues, en la fase superior de este modo de producción, que denominamos fase imperialista. En ella, en la totalidad del globo la producción se orienta al beneficio de la clase capitalista, dueña de los medios de producción, frente a la cual se erige una clase desposeída de estos y obligada a trabajar por un salario para subsistir. En estas circunstancias, tanto el abastecimiento de materias primas como la venta de las mercancías tienen un alcance mundial, de forma que, de una parte, los capitalistas extienden sus redes por todas partes; y, de otra, la clase obrera, la de los desposeídos, se encuentra, en cualquier rincón del mundo, oprimida por ellos.

El hecho de que exista un sistema global capitalista, en el que la competencia, tanto en la adquisición de materias primas como en la venta de mercancías, es la norma, favorece un desarrollo desigual de los distintos capitales y de los Estados en que estos se radican. De esta manera, progresivamente se crea una diferencia creciente entre un centro imperialista que acapara capitales, materias primas, mercancías, tecnologías… y una periferia en la que la explotación es exacerbada, pues es de allí de donde se extraen, por los medios que sean necesarios, los recursos que refuerzan esta diferencia creciente.

Sin embargo, la globalización del capitalismo es también la globalización de la opresión, y, particularmente, la de la opresión de la clase de los desposeídos, la clase obrera, que reviste también un carácter internacional. Esto quiere decir que, más allá de las diferencias evidentes entre las condiciones en los Estados del centro y de la periferia, el proletariado, en tanto que clase desposeída, tiene un interés común en la desaparición de la causa última de su opresión, esto es, en la desaparición del capitalismo. Y ese interés común, inscrito en las leyes del capitalismo, exige tomar conciencia del deber de solidaridad internacionalista del proletariado.

Esta lucha internacionalista, por tanto, tiene un sujeto político, el proletariado a escala internacional, que busca un objetivo político concreto, dentro de un marco determinado de relaciones entre las distintas facciones que lo componen.

El sujeto político de la lucha internacionalista tiene un claro carácter colectivo, el proletariado. Sin embargo, esto no quiere decir que el individuo carezca de papel a la hora de actuar políticamente. En su lugar, lo que se debe resaltar es que las acciones internacionalistas, aunque ejecutadas por un individuo, deben tener una dimensión colectiva, ligarse políticamente con la organización de nuestra clase, en coherencia con la dimensión colectiva de la clase obrera. Exigen, por tanto, una creciente conciencia del carácter revolucionario que debe tener la lucha internacionalista para alcanzar sus objetivos finales.

En cuanto a su carácter revolucionario, este viene marcado por el origen de la explotación capitalista, y determina sus objetivos. La opresión capitalista, como hemos visto, tiene hoy ya un alcance global irreversible. De esta circunstancia se extrae que las reformas de carácter más o menos local que traten de disminuir la explotación de una parte del proletariado solo pueden asentarse sobre la mayor explotación de otras fracciones de su misma clase. La prosperidad de Europa descansa sobre el empobrecimiento de África, Asia y América del Sur.

Tomar conciencia del carácter internacional de nuestra clase significa, también, entender que no podremos ser completamente libres mientras nuestra libertad se base en la explotación de otros. Para garantizar la erradicación de toda explotación, este proceso debe extenderse a escala mundial. Esto, sin embargo, no significa que debamos entender la emancipación política como un proceso paralelo o simultáneo entre dos o más Estados, ya que el apoyo o la dirección política de las masas en un determinado conflicto puede ser un proceso autónomo del desarrollo del proceso revolucionario en otro Estado.

Es esta orientación revolucionaria del proceso lo que caracteriza la acción política internacionalista. Esta es una acción política concreta y sostenida en el tiempo que permite avanzar posiciones en el proceso revolucionario, ya sea aquí, allí o en ambas partes a la vez.

De esta definición del internacionalismo proletario se extraen diversas tareas. Por un lado, en el plano internacional se impone la necesidad de colaborar y relacionarnos con otras organizaciones comunistas que comparten nuestros mismos objetivos. Esta relación debe aspirar a la unificación analítica y programática de la coyuntura internacional y a la construcción de estructuras permanentes de coordinación para desplegar una política unitaria.

Por otro lado, la UJCE entiende que existe una labor internacionalista que tiene lugar en nuestro propio Estado. No solo nos referimos a todas las acciones que es necesario llevar a cabo en solidaridad con la lucha contra el imperialismo y la implicación que España tiene en el polo imperialista occidental, como las que se vinculan con la lucha contra la carrera armamentística o a favor de la causa del pueblo palestino. También debemos hacer hincapié en las tareas que el internacionalismo proletario nos impone en relación con las capas migrantes del proletariado en nuestro Estado, que se encuentran entre las más oprimidas y con mayor potencial revolucionario.

La migración es un fenómeno social inherente al propio ser humano. La necesidad de la especie de desplazarse hacia otras comunidades es algo consustancial a su naturaleza, y se dará independientemente del modo de producción en torno al que se organice una sociedad. No obstante, debemos profundizar en los distintos elementos derivados de un proceso migratorio dentro del modo de producción capitalista, y cómo el capital como relación social media con este desplazamiento.

Si pretendemos hacer un acercamiento consecuentemente internacionalista a la cuestión migratoria, debemos rechazar los dos planos principales desde los que se aborda en el movimiento obrero hegemónico. Por un lado, la perspectiva moral, entendiendo las dificultades que afrontan la población extranjera en su viaje hacia Europa y en su integración inicial tras pasar las fronteras, discurso que suele orbitar en torno a reducir el problema político a un drama humanitario. Por otra parte, la propuesta política que se ofrece desde los sectores más radicalizados de la socialdemocracia es la de una ampliación progresiva de los derechos civiles para insertar progresivamente a esta masa de población en las relaciones de producción del Estado.

Debemos ser críticas con el concepto de integración social tal y como se da en el capitalismo. En este, cualquier forma de enfocar la integración de una población migrante en una comunidad local, ya sea mediante la asimilación o a través del multiculturalismo, parte de la aceptación del marco económico capitalista, sus relaciones de producción y sus desigualdades sociales y políticas.

Así, la integración social se articula como el mecanismo social de represión etatal más invisible, tolerado y positivamente valorado, pero le acompañan otros elementos. Por una parte, se produce una represión administrativa-burocrática cuya expresión más visible es una Ley de Extranjería que, sin embargo, no es más que la expresión última del entramado legislativo prefijado por las políticas europeas, haciendo de su simple derogación o reforma una labor insignificante. A esto se debe sumar la manera en que los procedimientos administrativos de regularización, integración o asistencia a la población migrante sirven de elemento de disciplinamiento y control. Además, existe una represión política-militar, materializada en controles fronterizos, expulsiones o diversas formas de represión y coerción física (como los CIEs, los centros de menores no acompañados o los controles selectivos de las fuerzas policiales) que contribuye a generalizar los prejuicios racistas y reaccionarios. Por último, destaca la represión económica, que conduce a la explotación de las trabajadoras migrantes en peores condiciones y en trabajos invisibilizados para la clase trabajadora local. Las trabajadoras migrantes y las nativas no compiten en un mismo mercado laboral desde puntos de partida desiguales, como puede pretender hacernos creer la economía política burguesa, sino que las esferas de producción de las que ambas forman parte muchas veces son distintas: una trabajadora nacida en el estado español nunca va a poder acceder a determinados puestos de trabajo que muchas veces implican una vulneración de todo tipo de marcos legales y morales que solo pueden ser aceptados por aquellos miembros de nuestra clase más depauperizados.

Como todas estas circunstancias nos hacen notar, los intereses objetivos del proletariado son los mismos a nivel global. Las manifestaciones de la explotación y de las diversas formas de opresión que la acompañan revisten múltiples formas, pero todas tienen en común su origen en el modo de producción capitalista. Pero, aunque el alcance de nuestra lucha sea global, el internacionalismo proletario no se puede reducir a las tareas que nos atan solo a las trabajadoras del resto de países en las luchas que allí emprenden, sino que tiene también una dimensión claramente local en la lucha que debemos trabar con las trabajadoras migrantes en nuestro propio estado.

No en vano las comunistas hemos hecho nuestro desde siempre el lema

¡Proletarios de todos los países, uníos!