Vivimos momentos de gran miseria para la clase trabajadora. La realidad es que el capitalismo se encuentra en una crisis crónica desde la última Gran Recesión de 2008. Esto se debe principalmente a la ya bien conocida como ley decreciente de la tasa de ganancia. Es en la fuerza de trabajo humana donde reside el valor añadido a la cadena productiva, de manera que un descenso de su uso genera inevitablemente una menor transferencia de valor por parte de este y, por lo tanto, una menor extracción de plusvalía, que repercute en una incapacidad del capital para revalorizar las mercancías producidas. Así, la oligarquía monopolista se ve obligada por sus propias contradicciones a buscar métodos para revalorizar el capital que invirtió en un principio.
Y aquí es inevitable preguntarse: ¿cuál es la primera medida por los grandes monopolistas para revertir la tendencia decreciente de su tasa de ganancia? El empeoramiento paulatino pero constante de las condiciones materiales de la clase trabajadora, así como una explotación desmedida, caótica y constante del medio y los recursos naturales, especialmente de los países periféricos que sufren la opresión de los grandes Estados imperialistas. Es esta la razón por la que también contemplamos un ingente incremento en la conflictividad imperialista entre los distintos polos existentes (EEUU, UE, Rusia, China, y otras potencias como Brasil, India, o Sudáfrica), cuyo perfecto ejemplo es la Guerra de Ucrania, que la clase trabajadora lleva sufriendo durante meses.
El Régimen del 78 funciona como última línea de defensa de los intereses de la oligarquía imperialista europea y española ante este marco de crisis crónica. Su propia construcción corresponde a los intereses de una burguesía nacional coaligada con una proyección transatlántica de la burguesía estadounidense y del proyecto de “Integración” Europea. A pesar de que la Socialdemocracia siga caracterizando la naturaleza del Estado como independiente a la propia lucha de clases y el poder político como fruto de una correlación de fuerzas parlamentarias, las jóvenes comunistas seguimos teniendo clara la naturaleza esencial del Estado: una herramienta para la opresión de una clase sobre otra a través de todo tipo de herramientas legales e institucionales que justifican en todo momento la violencia sobre la clase trabajadora, sea de forma más velada o más explícita. Con bases como la monarquía, la falsa unidad territorial que en ningún momento se llega a solucionar mediante el fracasado proyecto de las Comunidades Autónomas, un cuerpo represivo nutrido y engrasado, aparatos ideológicos como las grandes empresas de comunicación o el Sistema Educativo segregador y clasista, la burguesía nacional e internacional española controla tranquila todo lo que concierne a la calidad de vida y posibilidades de la clase trabajadora.
Esta crisis tiene una implicación fundamental para la organización de la lucha en el campo popular: se agota el proyecto de la Socialdemocracia consistente en un Estado del Bienestar que genere una paz social, entendida como la articulación de proyectos reformistas para la mejora de las condiciones de vida de la clase trabajadora y sin un proyecto de futuro revolucionario. Sus consecuencias son desastrosas para la clase trabajadora. Por un lado, la inacción. Por otro, un inaceptable pactismo por parte de las grandes centrales sindicales con la patronal facilitada por un Ministerio de Trabajo, dedicado en exclusiva a la publicación de reformas con un techo límite claro para el aminoramiento de un inevitable proceso, como es la desvalorización de la Fuerza de Trabajo de la clase trabajadora en el proceso de producción capitalista.
Tras la imposibilidad de entrar en un nuevo ciclo de expansión de la ganancia tras la crisis del 2008, es inevitable que la clase trabajadora sufra un proceso de pauperización en el momento que atraviesa el capitalismo, que solo puede frenarse con un proceso de organización de la autonomía de clase que las trabajadoras necesitamos. Un proceso de generación de espacios autónomos e independientes del Estado y su concreción como Régimen del 78, que pongan en marcha la capacidad de nuestra clase para ser soberana de su propio futuro. Además de esto, estos espacios han de ser también independientes de las direcciones de un Movimiento Obrero y Sindical copado por sectores de la clase obrera que abandonaron hace mucho tiempo el necesario binomio movilización-negociación, para asentarse en unas dinámicas puramente pactistas que terminan funcionando como sostén de un poder que en ningún momento confrontan.
Es por ello que la Juventud Comunista entiende más necesaria que nunca la organización revolucionaria contra un capitalismo en decadencia por sus propias contradicciones y por la crisis global de recursos que agudiza los conflictos imperialistas. Solo la organización revolucionaria en el proyecto de la Juventud Comunista contra el Régimen del 78 puede traer algo de luz a una situación tan complicada y en la que afloran las respuestas fáciles y profundamente erróneas. Solo a través de la reconstrucción del Partido Comunista, las comunistas daremos con las necesarias claves para el combate hacia un proceso constituyente con el que tumbemos el poder burgués y las alianzas imperialistas en las que hoy se apoya (como la UE y la OTAN), como una clase consciente de sí misma y de sus intereses.
¡Ante su crisis, no valen reformas!
¡Organización de clase contra el Estado Burgués!