Hace 87 años, las comunistas recibían la II República al grito de “¡Abajo la república burguesa! ¡Vivan los soviets!”. Hoy, sin embargo, la militancia comunista se acerca a esta fecha como una gran oportunidad para exaltar una estrategia que, a nuestro juicio, no es acertada: la III República como vía al Socialismo. A pesar del punto extremo donde se ha llegado a situar esta reivindicación, estableciendo una comparación entre los trabajos democrático-burgueses de los partidos republicanos en la primera mitad de la década de 1930[1] y los que estaría llevando a cabo el Gobierno del PSOE y Unidas Podemos, queremos aprovechar el día para realizar alguna aportación que sea de provecho para toda aquella militancia de voluntad comunista honesta.
Como ya hemos intentado dejar claro en otras ocasiones que publicábamos textos para el debate en el seno de la militancia comunista, esta crítica se vierte como autocrítica, pues la misma estrategia que asume hoy el PCE era la que afirmaba la Juventud Comunista hasta hace pocos meses. De hecho, dicha autocrítica es uno de los grandes motivos que nos ha llevado a la convocatoria de nuestro Congreso Extraordinario, viendo necesario que las conclusiones de este ejercicio sean fruto del debate más amplio que podemos dar en el seno de nuestra organización. Por lo tanto, este ejercicio de crítica, como ya explicamos, no tiene nada que ver con un rechazo adanista y mecánico de todo lo viejo, sino que parte del estudio y desarrollo de los acuerdos que atesora como experiencia colectiva la UJCE. Fruto de este, hemos ido detectando límites que esperamos exponer de manera clara y breve a continuación.
Desde su XVIII Congreso, el PCE sitúa como su principal objetivo estratégico la consecución de la III República federal solidaria, de base municipal y cuya orientación socialista partiría de una reforma de la Constitución de 1978 por la que se procedería a la democratización de la economía, esto es, la nacionalización de los sectores claves de la economía nacional y el desarrollo de un Estado de fuerte capacidad distributiva. Partiendo de este marco, la UJCE aprueba en su XII Congreso la base de la que ha sido desde entonces la formulación de nuestro proyecto estratégico:
“La UJCE en tanto que organización marxista-leninista y la organización juvenil del PCE, asume el objetivo estratégico de este y lo concreta en: establecer alianzas con otras fuerzas populares para la consecución de una tercera República de carácter antiimperialista, antimonopolista, feminista, plurinacional y democrática como vía al Socialismo (…). Si bien podemos afirmar que en nuestra apuesta táctica de república como vía al socialismo, esta primera no es sino la expresión de la fase política en la que se haya consolidado la unidad popular y las alianzas antagónicas para el derrumbe del régimen del 78 en el plano subjetivo que nos acerque a agudización y organización de nuestra clase para la toma del poder político, no hablamos de que sea posible en el plano objetivo otra fase intermedia entre el modo de producción capitalista en su fase imperialista y el sistema socialista”.
Pasando a esbozar los límites de esta formulación, creemos que lo primero que debemos hacer es detenernos en la contradicción evidente que encierra este enunciado al “aclarar” que el objetivo de la III República no comporta situar en el horizonte una fase intermedia entre el modo de producción capitalista y socialista. Esto solo puede pensarse de manera coherente si, a continuación, admitimos que lo que buscamos con esa III República es un nuevo Estado burgués, mejorado en los términos democrático-burgueses. Entonces no hablaríamos de una fase intermedia porque, efectivamente, lo que estaríamos haciendo es situar un objetivo estratégico en base a la postergación de la revolución socialista. Sin embargo, lo que realmente se encontraba detrás de la defensa de una III República no-socialista y, a la vez, antiimperialista era un Estado de un carácter mixto, algo así como un Estado no-capitalista y no-socialista, sino antimonopolista. Continuar desarrollando esta contradicción nos introduce de lleno en la exposición del resto de límites.
La idea de República antimonopolista contrae varias confusiones graves desde el punto de vista de la crítica de la totalidad capitalista en su fase imperialista. ¿Qué quiere decir exactamente el antimonopolismo en referencia a un Estado que no rompe con el dominio del capital? ¿Qué quiere decir el antiimperialismo en un Estado inserto en el tablero imperialista global? ¿Cómo se pueden afirmar principios “feministas” o “populares” de una sociedad que no está construida sobre la asociación de individuos libres e iguales y que, por lo tanto, perpetúan la división sexual y clasista del trabajo? Estas preguntas difícilmente podían ser resueltas de manera coherente al marxismo, pues supone quebrantar los elementos fundamentales de su caracterización del Estado como forma política del capital. Entender que el Estado sirve para la organización del dominio capitalista alerta sobre lo ilusorio de transformarlo. La República antimonopolista, como Estado capitalista, no es más que la misma herramienta de dominación vestida de ropajes pequeño-burgueses, resultado de estructurar una estrategia pseudorevolucionaria en base a un sujeto político, el pueblo, atravesado por los antagonismos de clase.
Lo anterior nos lleva al segundo punto, y es que esta quimérica reformulación de las formas políticas y jurídicas capitalistas se pensaba como contenido de la política de alianzas del proletariado: el resto de clases populares, es decir, aquellos sectores opuestos a los grandes monopolios. La principal alianza del proletariado, entonces, sería una pequeña-burguesía que de manera monolítica manifestaría una posición favorable al proceso constituyente de un nuevo régimen burgués sustentado sobre la protección y desarrollo de los pequeños capitalistas frente a los grandes. Así, las tareas del proletariado, en una formación social imperialista, pasarían por ceder toda iniciativa política, renegar de su propia hegemonía —capacidad de imponer sobre el resto de sectores su proyecto político, el comunismo— y favorecer desde la retaguardia la construcción de un nuevo Estado capitalista que viniera a ser algo así como un invernadero del desarrollo de la pequeña-burguesía, cuyo fortalecimiento vendría a acelerar la democratización de la economía y de la sociedad. Por mucho que insistamos, las dinámicas inmanentes del capital se despliegan por encima de cualquier intento por generar contenciones jurídico-políticas, lo que, además, presupone la separación de una esfera política que podría ser antagónica —antimonopolista— a la de la economía —capitalista—. El Estado no media en la relación social desde su exterioridad —no interviene en—, sino que, en tanto que su forma política, garantiza y regula la reproducción de dicha relación. En este sentido, el Estado no puede contrariar esta misma reproducción en la fase imperialista, es decir, no puede contrariar el desarrollo de la concentración del capital y el desarrollo de los monopolios; en última instancia, no puede alzarse como un Estado antimonopolista y, a la vez, no-socialista.
Por lo tanto, lo que nos queda de nuestra anterior formulación parece claro: el objetivo del proletariado revolucionario es el de la democratización de la maquinaria estatal burguesa. ¿Qué tareas democrático-burguesas se deben resolver para favorecer el desarrollo de la organización independiente del proletariado? Ninguna, ese proceso ya ha culminado, como en el resto del centro imperialista. En todo caso, cabe reconocer la posibilidad de un recrudecimiento de las condiciones de desarrollo del movimiento obrero revolucionario a raíz del refuerzo represivo del Estado como reacción a la crisis capitalista actual. Ahora bien, lo que es evidente es que no puede ser una estrategia reformista la que confronte con esta tendencia, pues reformar el Estado burgués es una entelequia cuando estamos viendo que la misma burguesía procede a intensificar la ofensiva que vuelca sobre el proletariado a través del Estado para contener su organización. Por todo lo anterior, es un desacierto absoluto afirmar que el paso a dar cuando el contrapoder generado frente al Estado y a dicha ofensiva esté en disposición de generar una ruptura definitiva en el orden actual es el de frenar sus aspiraciones revolucionarias —proyectadas desde esa disposición que acabamos de mencionar— y proponer su inserción en una maquinaria burguesa, demandando así al capital el cese de su ofensiva y retirándonos de todas nuestras posiciones ganadas.
Llegadas a este punto, creemos que estamos en disposición de afirmar que la crítica de la estrategia anterior nos ha llevado a conclusiones certeras para su superación. Hemos demostrado que en el centro imperialista no cabe pensar en tareas democrático-burguesas como parte del programa revolucionario y que esto es todavía más claro en una fase atravesada por la retracción definitiva de la ganancia. La burguesía ha emprendido una auténtica ofensiva sobre el proletariado, el Estado del Bienestar está en plena descomposición, el proyecto de la socialdemocracia se desvanece y la proletarización no para de intensificarse en su ritmo. La Revolución Socialista no puede postergarse, en tanto que única alternativa a la barbarie capitalista.
Así, invitamos a toda la militancia comunista a reivindicar la memoria de las comunistas que dieron su vida por la revolución socialista a empujar contra el actual estado de marginación política del comunismo desde la crítica al germen que lo ha originado: el reformismo. Entendemos que el peso de la nostalgia es especialmente grande en una organización cuya muerte organizativa se ha estado blanqueando durante un largo tiempo mediante la exaltación de su legado de lucha. Sin embargo, este legado es completamente estéril si no lo sometemos a un estudio crítico, pues solo así pueden alcanzarse conclusiones que nos sirvan para aprender a la hora de trazar una estrategia revolucionaria certera.
[1] La crítica de la táctica frentepopulista aprobada en el VII Congreso de la Internacional Comunista (1935) daría para otra publicación aparte, por lo que, de momento, diremos que no está exenta de problematizarse desde el punto de vista de la práctica comunista como para que pueda ser tomada como argumento de autoridad.