Con el fin de este estado de alarma, y tras un año y dos meses de pandemia, empezamos a vislumbrar la convivencia con un nuevo virus gracias a la vacunación. Lo que no desaparece son las consecuenciasque ha dejado tras de sí este terremoto sanitario, político, económico y social.
Consecuencias que hemos pagado en forma de colapsos en los hospitales. Colapsos para la realización de pruebas, para aplicación de tratamientos, para el mantenimiento de las UCI y también para la administración de las vacunas. Consecuencias que estamos pagando también en el panorama político con un auge negacionista y liberticida que supone un crecimiento de la reacción, no sólo en términos puramente parlamentarios, sino sobre todo en nuestras calles. Consecuencias, como no podía ser de otra manera en el mundo del Capital, que pagamos en términos económicos: ERTE, ERE, paro, parcialidad… que permiten seguir manteniendo los beneficios del empresariado español.
Pero ante todo consecuencias de tipo social. Porque también las y los jóvenes de familias trabajadoras hemos visto como colapsaban los hospitales y fallecían nuestras abuelas y abuelos (incluso madres y padres).Hemos visto como la pandemia dio pie a una oleada anti-feminista y racista.Y hemos visto como se nos obligaba a seguir manteniendo la espiral del producción (en el mejor de los casos, porque en el peor nos han despedido). Hechos que han profundizado, más aún, la falta de expectativas de futuro, hechos que siembran frustración y hastío cuando se combinan con recetas y medidas puramente restrictivas. Daba igual juntarse con centenares en el transporte público o en la empresa, lo importante era que no socializáramos. Hemos sido el hámster en la rueda, la definición más exacta del modo de producción capitalista y que durante esta pandemia hemos visto con toda claridad.
Por eso el fin de las restricciones en los derechos fundamentales (movilidad y reunión) es una liberación para muchas de nosotras. Y no lo planteamos como una oda a la libertad individual por encima del bienestar colectivo, lo planteamos como un soplo de aire fresco después de ver que el capitalismo lo único que puede permitirse es coartar nuestro derecho al ocio y también nuestro derecho a la organización política-sindical. Porque jamás podrá permitirse coartar el derecho a que quienes controlan los medios paren la maquinaria de la producción.
Con el fin de las restricciones, volveremos a las calles. Volveremos con medidas sanitarias, conscientes de que el virus no se ha acabado. Volveremos a practicar deporte, a disfrutar de la cultura y de la música, volveremos a ver a familiares y amistades. Pero sobre todo, volveremos a organizarnos. A decir que falta mucho por recuperar, que la nueva normalidad no puede ser nuestra crisis. Que el tele-estudio segrega, que hacen falta infraestructuras en Educación. Que nuestros empleos han sido y son los que nos condenan a una vida indigna. Que la ofensiva reaccionaria es sólo un espejismo y que el feminismo y el antirracismo son las señas de la nueva sociedad. Y sobre todo que necesitamos un sistema de Salud Pública que defienda a toda la clase trabajadora en su conjunto para que no vuelvan a ser las familias que nos explotan en los trabajos quienes sí puedan tratarse, vacunarse y en definitiva seguir viviendo.
El 9 de mayo, retomamos la organización, retomamos la calle. Organicemos nuestra rabia y nuestra fuerza.
Guillermo Úcar, Secretario General de la UJCE