En el marco del XV Congreso de la Juventud Comunista, en las tesis analíticas, uno de los elementos centrales abordados fue la caracterización de la actual fase imperialista. A la hora de aproximarnos a esta cuestión, huyendo de análisis inconexos o fútiles para las tareas de la Juventud Comunista en España, este partía de la comprensión del actual estado de la multipolaridad imperialista, las reconfiguraciones habidas en estos agitados años y, sobre todo, todo de cara a entender el papel jugado por España y sus aliados en este escenario y nuestro papel ante esta coyuntura.
A la hora de caracterizar la realidad mundial como «imperialista» resulta clave no perder de vista que el imperialismo caracteriza fundamentalmente una forma específica de funcionamiento del modo de producción capitalista, surgida a partir de un determinado estadio de desarrollo. Resulta importante no equiparar la idea de imperialismo a un tipo de política imperialista, especialmente la bélica o de intervencionismo político.
Es por eso que, de cara a caracterizar la fase en la que nos encontramos, seguimos afirmando que el concepto de «imperialismo» mantiene en la actualidad la capacidad de reflejar de forma acertada los rasgos que caracterizan las relaciones económicas y políticas mundiales, y su impacto en las diferentes realidades nacionales. Se pueden reconocer cinco rasgos fundamentales del imperialismo: (i) una creciente concentración y centralización de la producción, que da lugar al dominio de los monopolios; (ii) el desarrollo del aspecto financiero de la economía; (iii) el aumento de la exportación de capital como elemento fundamental para comprender las relaciones económicas existentes; (iv) la extensión del dominio económico de los monopolios a lo largo de todo el planeta; y (v) el reparto del mundo por parte de las potencias estatales capitalistas.
Entrando en el escenario en el que nos encontramos en la actualidad y las reestructuraciones que estamos enfrentado, resulta imprescindible abordar cómo en los últimos años se ha evidenciado el debilitamiento de la posición hegemónica de Estados Unidos que venía sosteniendo tras la caída el Bloque Socialista y el paso a una lógica multipolar imperialista. Durante este tiempo, EE.UU. ha conseguido mantener el dominio mundial gracias a ciertos factores, como el poderío militar o el rol de moneda mundial del dólar. Ahora bien, la pérdida de hegemonía estadounidense se constata en algunos cambios como la participación del país en la producción mundial: si en 1970, EE.UU. producía el 36’4% del PIB mundial, en el año 2000 era el 30,6%, y en 2017 el 24%. Por realizar una comparación, China representaba el 3’6% en el año 2000, y con datos de 2020, el 17,35%.
En el actual momento de desarrollo del imperialismo y los rasgos relativos a la financiarización, se han articulado distintos bloques por la existencia de diversos polos imperialistas en pugna por la influencia política y militar y la acumulación de recursos y capital en un contexto de colapso ecológico. Definimos el concepto polo imperialista como la estructura política y económica de alcance internacional de una serie de capas de la burguesía dominante (o de un conjunto de burguesías dominantes) de un Estado o un conjunto de Estados. Estas estructuras pugnan entre sí; y también con otras estructuras de alcance nacional, regional y local que no cuentan con alcance global. Y la pugna se articula mediante alianzas internas (de esas capas dominantes con otras capas de la burguesía y otras clases sociales de su misma estructura) y alianzas externas (con capas dominantes de las burguesías nacionales y otras clases dominantes). Es por ello que caracterizamos la situación actual como de multipolaridad imperialista.
Tal y como se comentaba anteriormente, el desarrollo histórico ha hecho que el periodo de unipolaridad y hegemonía estadounidense abra paso al actual de multipolaridad imperialista. A lo mencionado sobre Estados Unidos y su pérdida de hegemonía incontestable debemos añadirle una caracterización sobre la Unión Europea, entendiendo el desarrollo de la misma como polo imperialista estrechamente vinculado a EE.UU. mediante la Alianza Atlántica (de tipo económico, político y militar), pero con plena autonomía e incluso con intereses concretos en contradicción con los EE.UU.
Ante tanta crisis interna y pérdida de relevancia internacional, la Unión Europea venía dando muestras de encontrarse en un proceso de descomposición. Ahora bien, durante los últimos años, lejos de poder afirmar que haya habido una profundización en dicho proceso, ha atravesado distintos momentos que hacen complejizar dicha afirmación: desde momentos de agudización de la descomposición (distanciamiento con EE.UU., especialmente durante la era Trump; disputas con un aliado de la OTAN como es Turquía; final del proceso del Brexit; disputas internas sobre el modelo de UE, que llevó incluso a la convocatoria de una Conferencia sobre el Futuro de Europa; etc.), hasta fases como la que se abrió especialmente tras la firma de los fondos para paliar la pandemia o la reciente guerra imperialista en Ucrania en los cuales el sentimiento pro Unión Europea, sus lazos con la OTAN, los pasos hacia un incremento militarista y las alianzas entre las burguesías nacionales parecen haberse recompuesto e incluso fortalecido. Lo que sí parece más evidente es que, más allá de si ha conseguido revertir o no el proceso de descomposición o ha conseguido superarlo o no, la relevancia internacional de este polo imperialista se ha visto absolutamente mermada.
En cambio, la situación de la Federación Rusa en el marco de la multipolaridad imperialista es de ascenso, tras un período de protagonismo limitado. Más allá de lo reciente en Ucrania, comenzando desde 2014 con el golpe de Estado orquestado por la OTAN, los EE.UU. y la UE hasta la actual guerra imperialista que ha redibujado completamente el escenario internacional, el proceso de desarrollo imperialista en Rusia viene marcado anteriormente por la contrarrevolución. La vuelta al capitalismo se desarrolló a través de la formación de capital monopolista especialmente en la banca, la producción de materias primas y relevantes empresas «estatales» en las que la búsqueda de beneficio del capital privado es primordial. Tras un primer momento histórico, seguramente debido a su debilidad, de apostar por una «Europa unida del Atlántico a los Urales», la negativa de la UE y el famoso «discurso de Munich» de Putin, iniciaron la pugna interimperialista: la guerra mediática contra las Olimpiadas en Sochi, la crisis en Siria o en Ucrania, el envolvimiento militar a Rusia a través de la OTAN, etc.
Rusia ha trabajado desde entonces por convertirse en líder de una coalición no-occidental, a través de la nacionalización y apoyo a algunos de sus monopolios, la desdolarización de la economía y el fortalecimiento de un campo de influencia en los antiguos países soviéticos. La dependencia de otros países de sus materias primas, especialmente en el ámbito energético, le ha permitido condicionar enormemente sus relaciones económicas. La Federación Rusa ha permanecido como uno de los principales agentes de la contradicción interimperialista reciente. Convertido en un polo más regionalizado, con ramificaciones en Eurasia y Europa del Este, ha alcanzado una creciente influencia en Oriente Medio, y ha asentado la institucionalidad postsoviética en clave reaccionaria y oligárquica.
Ahora bien, si hay una economía que sí viene siendo capaz de disputar la posición en el mundo de los EE.UU. en los últimos años –especialmente ampliando su área de influencia tanto en torno a la pandemia como en paralelo– de forma más aguda es, sin lugar a dudas, la de China. A los datos relativos al PIB se le han de sumar otros de suma relevancia. A día de hoy ya es una potencia en exportación de mercancías, aunque todavía por debajo de algunos países de la OCDE. Eso sí, actualmente, más de la mitad de sus exportaciones son bienes y servicios de alta tecnología. Otro elemento clave es el desarrollo de su sistema bancario y financiero, con 4 de los 10 principales bancos en activos y 5 de 10 en capitalización. Otros datos añaden que China mantiene 11 empresas entre las 50 con más ingresos del mundo, tres de ellas entre las cinco primeras.
En el desarrollo chino a nivel mundial destaca el giro de una política intervencionista a una retórica «librecambista», contraria al nuevo discurso del proteccionismo. En general, China intenta aumentar su presencia en los espacios comerciales a través de una retórica de no-injerencismo. Su nueva situación económica implica un cambio en sus intereses internacionales y también una alteración de las dinámicas: la exportación de productos comienza a abrir paso a la exportación de capital y el consumo interno. Destacar la Ruta y Franja de la Seda (BRI) como uno de los mayores proyectos de infraestructuras y transporte (actualmente con más de 140 países participando de la misma) que facilitará la integración china en el comercio internacional como gran potencia, e implica también un desarrollo en ese papel de inversor que está asumiendo. La BRI pretende tender comunicaciones comercialmente estratégicas desde China por el conjunto de Asia, África y Europa, que posteriormente le permitan exportar todo tipo de bienes a casi cualquier parte del mundo, con costes logísticos mucho más bajos y garantizándose el papel predominante en todos los países en los que se construyen estas infraestructuras.
China, a diferencia de otros polos imperialistas, emplea un mecanismo distintivo de expansión de su área de influencia. Por una parte se presenta como defensor de la soberanía de cada estado en un sentido político y diplomático, con un alto nivel de referencia a las soluciones no militares. Por otra parte mantiene su propio gasto militar en términos elevados, que lo acercan progresivamente a la capacidad militar estadounidense, si bien no se embarca en ninguna operación ofensiva. Y, en paralelo a esta dicotomía, despliega una estrategia de inversión, estimulación del comercio y «ayudas» al desarrollo y la construcción de infraestructuras en los países más pauperizados de África, América Latina y Asia (que después ejecutan empresas chinas), a cambio de compras masivas de tierras o concesiones para la explotación de recursos naturales por varias décadas. Esto permite expandir sus redes en los momentos de mayor crisis económica o menor disponibilidad de divisas por parte de todo tipo de Estados. Ejemplo de esto es su capacidad de compra de deuda externa y de divisas nacionales, especialmente destacable en el caso del dólar y la deuda de EE.UU., lo que le permite poner en jaque el predominio monetario norteamericano y su control de los pagos internacionales y de la propia estabilidad de su divisa.
Por lo tanto, es evidente que existen diferenciadas estrategias de acumulación ampliada del capital y dominio territorial en cada uno de los polos. Ahora bien, si bien no se puede negar la utilidad coyuntural de la contestación antibelicista que determinadas potencias emergentes pudieran tener, es fundamental huir del reduccionismo de entender el imperialismo como una política militar-injerencista, descuidando el hecho de que la expansión monopolista y el reparto del mundo también se producen por otros medios. Que las contradicciones entre potencias imperialistas y entre sus diferentes estrategias puedan llegar a ser provechosas en las tareas políticas que nos atañen, no puede esconder que también pueden ser muy peligrosas, tal y como se ha evidenciado recientemente en las pugnas y tensiones interimperialistas, por poder dar pie a conflictos (tales como la guerra) que puedan afectar a la clase obrera.
El elemento central para la Juventud Comunista de España, en tanto que es la tarea que le atañe, es la lucha contra la posición que ocupa España en la multipolaridad imperialista y las alianzas de las que forma parte: la Unión Europea y la OTAN. España se ha caracterizado por ser uno de los países más europeístas de la UE. Además, lo que en su día conllevó al reagrupamiento de las fuerzas de izquierda y antiimperialistas, esto es, la entrada de España en la OTAN, se ha convertido desde hace tiempo en un lejano recuerdo, siendo a día de hoy el cuestionamiento a la OTAN una cuestión marginal.
Es imprescindible que abordemos de forma simultánea la lucha por romper con estas alianzas imperialistas y por romper las propias alianzas en sí, en nuestra lucha por la República de carácter antiimperialista, antimonopolista, feminista, plurinacional y democrática como vía al Socialismo.